QUINTADA EN AZUELO

21 Septiembre, 2017

El día 2 de septiembre se reunieron  en Azuelo los quintos de los años 48, 49 y 50. Azuelo tiene pocos habitantes y es por ello por lo que las quintas se agrupan en cuadrillas, como lo hacían cuando eran niños y jóvenes, para celebrar las quintadas.

Estos quintos se reunieron por primera vez el año 2009 y entonces acordaron volver a reunirse a los cinco años, ya que la “diáspora” de la población de Azuelo ocurrida a finales de los sesenta, primeros de los setenta con la llegada de la mecanización del campo los desperdigó por diversas regiones de España en busca de medios de vida que el terruño de Azuelo con su relieve en pronunciadas pendientes no les podía ofrecer; los tractores no podían laborear las pronunciadas laderas. Cuando en 2014 se juntaron de nuevo vieron que se había producido alguna baja por defunción y teniendo en cuenta los versos del poeta Jorge Manrique, “Recuerde el alma dormida,/ avive el seso y despierte/ contemplando/ cómo se pasa la vida,/ cómo se viene la muerte/ tan callando”, acordaron que la próxima cita sería dentro de tres años. Así fue como llegaron el pasado sábado, día 2 de septiembre, a la cita del 2017, juntándose 29 quintos y quintas para celebrar una jornada de hermandad

Como es tradicional en Azuelo, al igual que en todos los pueblos pequeños de Navarra, se inició el programa a las doce de la mañana con volteo de campanas para asistir a la misa en recuerdo de los quintos fallecidos, que en este periodo de tiempo ya han sumado tres nuevas bajas.

Tras la misa se dirigieron todos a la Casa de La Conrada, la “Casa Encantada de Azuelo” para visitar la exposición “Tallas de Madera” ubicada en su planta baja, donde ha permanecido durante todo el mes de agosto. La exposición recoge una muestra del buen hacer de dos jubilados de Azuelo, Pablo Díaz de Cerio y José Luis Zamora, éste último quinto de los que en esta jornada se reunían. Ambos residen ahora en Vitoria y mucho de su tiempo libre lo dedican  a practicar el “arte de la gubia”. Una afición, que sin duda ellos tenían latente, y que les ha hecho aflorar unas facultades que ellos tenían y que nunca habían puesto en práctica por falta de tiempo y haberse dedicado a otros trabajos para vivir de ellos, consiguiendo unas hermosas y muy bien acabadas tallas. Al salir de visitar la exposición los quintos posaron delante de la Casa de La Conrada para la foto de familia con el deseo de que en la próxima cita, allí por el 2020, estén todos y si es posible alguno más de los que este año no asistieron y fallaron por una u otra causa.

Eran las dos y media de la tarde cuando se trasladaron todos al Santuario de Codés donde asistieron en el comedor de la Hospedería a la comida de hermandad servida por el abastecedor, Oscar Merino, que tras permanecer diez años en Codés dejará de regentar la Hospedería a mediados de este mes de septiembre. Durante la comida no faltaron anécdotas y chascarrillos de juegos y correrías de la niñez y juventud. Ya en la sobremesa la nostalgia les pudo a algunos y algunas y corrieron a sacar del capó de los coches lo que hoy sus nietos no saben lo que son y que si cayese en sus manos por las calles de Azuelo, disfrutarían mucho más que como lo hacen ahora practicando con los pulgares sobre tablets, móviles y otros artilugios que han sustituido a la “corroncha” desprendida de un caldero viejo con su guiador de recia alambre, a las tabas de las patas de los corderos u ovejas, al yoyó hecho con botones o a las alfileres feas unas y otras, las de cabeza coloreada, bonitas. 

Al final de la tarde llegó la hora de la despedida citándose para el 2020, si es que no se veían antes; una vez más se reproducía la diáspora de unos de Azuelo, un pueblo amenazado por la despoblación y el envejecimiento de sus habitantes y que los oriundos de él luchan para que no llegue a desaparecer organizando todo tipo de actividades a lo largo de todo el año de la mano de la Asociación Cultural y Recreativa Santa Engracia para que los que un día salieron de él, regresen aunque sólo sea de vez en cuando.